Si bien se ha podido apreciar
como el boxeo ha estado por largas generaciones siendo practicado
es porque el hombre por
su naturaleza agresiva y por su naturaleza moral siempre ha creado
medios por los cuales pueda demostrarse cómo es, sin tener que romper
ese reglamento social bajo el cual las sociedades se han construido,
si bien es cierto que la moral cambia con el tiempo, poco cambia la
forma de expresión de la pulsión agresiva, siempre ha sido y
seguirá siendo en contra de sí mismo, en contra de los demás y
contra objetos inanimados, y hasta ahora los mecanismos desarrollados
por el aparato psíquico han llevado al hombre a sublimar la
tendencia agresiva por medio aceptables, donde en lugar de quedar
como un sujeto malvado y perverso será denominado por sus valor, por
su coraje y por su habilidad de destruir a otro.
La apreciación del combate no
es más que un reflejo de la proyección del espectador por ver
sangre, por ver dolor, por ver sufrimiento, que no es obtenido por
otro medio más que por el de ser espectador, si bien se puede decir
que es deportivamente hablando que se aprecia un evento de esta
índole, de cierto hay que en el inconsciente del sujeto esta el
deseo por ver sangre y de ver a alguien moliendo a golpes a otros, de
esta forma el boxeo resulta un paliativo para la agresividad
individual y por supuesto para la colectiva que hace referencia a
espectadores.
La apariencia física que la
práctica que da el boxeo principalmente sirve a dos instancias la
autopercepción y la proyección de cualidades, es decir el sujeto
que resulta triunfante en la sublimación de su agresividad se
percibe como un sujeto adaptado, como un sujeto capaz que ha logrado
vencer a la agresión que lleva dentro de sí, por lo tanto proyecta
una imagen de seguridad y confianza hacía el exterior.
Cuando el sujeto no logra
adaptarse y la agresión que lleva dentro se filtra, la calidad de
vida se desorganiza, por ende la facultad para relacionarse se
deteriora y la agresión surge como una pulsión neta, dirigida a la
destrucción y al aniquilamiento del que habla Freud en el origen de
las guerras.
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